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Artículo / Gráfica Urbana

Autor / José Miguel León

La actividad de la ciudad se manifiesta no sólo en su crecimiento urbanístico y transformación arquitectónica.

El paisaje urbano, materialización de esa transformación, se alimenta de todas las escalas y situaciones. Desde el detalle tipográfico del número de una casa al diseño del pavimento de una calle, desde la rotulación comercial a las huellas “artísticas” sobre los muros y paredes de una ciudad todo contribuye a dar forma a la ciudad.

En las excavaciones de la antigua Pompeya se encontraron en los restos de una casa una lápida en la que estaba inscrito “Hic habitas felititas” acompañando un expresivo relieve fálico. Igualmente sobre una pared aparecieron grabadas frases insultantes o que ridiculizaban a un personaje determinado.

Ambos testimonios se pueden considerar entre los inicios de la publicidad comercial y los graffitis callejeros.

A ello sumemos las inscripciones de los nombres de quienes promovieron o construyeron determinados edificios, la representación de grandes hechos o de los poderes de los dioses en las fachadas de templos y palacios, las anónimas aportaciones políticamente incorrectas por lo menos en sus inicios, etc. y le añadimos el imprescindible paso del tiempo con la sucesión de culturas, modas y protagonistas y tenemos una muy importante parte de nuestras ciudades.

Unas ciudades que lógicamente han visto pasar todos los cambios habidos y en las que, a diferencia de lo que ha pasado con el tardío interés de la sociedad por la arquitectura, no se valora en absoluto gran parte de ese inmenso patrimonio cultural hecho de tipografías académicas, rotulaciones comerciales, pintadas a contracorriente, manifestaciones anónimas, etc.

No se trata de congelar la historia, pero tampoco de desperdiciar lo que tantos elementos desaparecidos y en riesgo de ello significan para la ciudad.

Por supuesto no se me ocurre reivindicar, ya me hubiese gustado, la placa que hubo hace muchos años en la actual calle Presidente Leopoldo Calvo Sotelo, esquina con la Avda. de Colón, mucho antes del “puedo y no quiero” municipal del cambio de nombre, y en la que se leía “Calle del Calvo Sotelo”, haciendo referencia, por lo visto, al problema de alopecia del señor Sotelo, ni tampoco la pintada que en la época de la “movida” madrileña había en el Pasaje que va de la Gran Vía a la Avda. de Portugal y que decía “Madrid me mata, Logroño me escojona”.

Pero hemos visto desaparecer hace unos años elementos ejemplares de la publicidad comercial como el de la cafetería La Granja, establecimiento que sufrió un proceso degradación de su calidad arquitectónica y hostelera sin que nadie lo impidiese (por lo menos lo primero), y así muchos otros.

Ante la falta de iniciativa de la autoridad municipal es obligatorio reconocer el esfuerzo de los dueños de locales como Sombrerería Dulín o La Mariposa de Oro y tantos otros, en los que arquitectura y gráfica están íntimamente ligados, por mantenerlos además de por su servicio comercial por ser testimonio cultural de la evolución de la ciudad.

Como desde años me he sentido atraído por esta visión polifacética de la ciudad, he ido fotografiando numerosos motivos gráficos, en el sentido más amplio de la palabra, de Logroño y otras localidades sin más ánimo que disfrutar de su humilde protagonismo y llegar a compartirlo algún día, y si ello contribuye a que alguien se sienta motivado a profundizar en este tema como se ha hecho en otras ciudades mejor todavía.

José Miguel León

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